Patricio Valdés Marín
El orden económico
capitalista es ahora global. La globalización de la economía no es otra cosa
que la extensión del capitalismo fuera de las fronteras nacionales y su acceso
a todo el mundo. Llegó a su plenitud con el término de la Guerra Fría. Con sus
enormes recursos políticos, militares y económicos el capitalismo resultó
vencedor sobre alternativas socialistas que descansaban sobre economías
estatistas y planificadas centralmente. Lo que ganó fue el libre comercio
mundial y la posibilidad de que el capital pueda ser invertido en cualquier lugar
del planeta con garantías plenas de que no será expropiado. Sin embargo, en
este mismo juego una potente economía centralmente planificada se erige como
peligroso competidor, amenazando este orden global.
El fenómeno de la
globalización
En contra del nacionalismo, uno de los objetivos del
capitalismo ha sido establecer un sistema de economía abierta globalizada. A
través de su enorme influencia en el poder de los estados de las naciones más
desarrolladas, guiadas por los países anglosajones, los capitalistas han
manejado la política externa y militar para promover sus intereses y explotar
los recursos de las naciones débiles con fabulosas ganancias. La expansión de
los negocios a nivel mundial ha posibilitado acceder a mayores recursos y
entrar en ingentes mercados. La
Guerra Fría , en la segunda mitad del siglo XX, no fue otra
cosa que el exitoso proyecto del capitalismo para establecer su hegemonía
mundial. Incluso los movimientos obreros de países subdesarrollados que
buscaban mejores condiciones laborales dentro del sistema liberal fueron
tachados de comunistas y reprimidos, en muchos casos, brutalmente. Se da el
caso obvio de que los países más desarrollados tienen entre su población un
mayor y más acaudalado número de capitalistas. Los distintos gobiernos
estadounidenses, obsecuentes a su poderoso establecimiento industrial y
militar, junto con sus aliados europeos y asiáticos, sirvieron de puente de
plata para los intereses de las grandes corporaciones para imponerse en todo el
mundo.
Algunas condiciones técnicas debieron darse para que la
globalización económica pudiera ocurrir. La globalización ha sido posible
porque se ha desarrollado una red de información y comunicación planetaria, se
ha construido una red bancaria y financiera mundial a través de la cual se
pueden realizar transacciones comerciales instantáneas y seguras con cualquier
lugar del globo, y se puede transportar cualquier tipo de mercadería entre
cualesquier dos puntos del mundo a un costo irrisorio. Lo último fue el
resultado de que previa o simultáneamente hubo ciertos desarrollos muy
importantes, como el invento de los contenedores, la mecanización de los
puertos, los buques de gran tonelaje, los enormes aviones de carga, la
expedición en las aduanas y una caída de los aranceles. Ello permitió el
comercio de cualquier producto sin importar las distancias, antigua
condicionante que enriquecía a los comerciantes que la sabían aprovechar, que
hacía que variara tanto la relación oferta-demanda entre un lugar y otro y que
posibilitaba los desarrollos económicos nacionales casi autárquicos y sin tanta
interferencia externa.
En consecuencia, la manifestación de mayor impacto mundial
del capitalismo en su historia ha sido su globalización. El capital privado se
ha hecho internacional en el fenómeno denominado globalización de la economía.
La inversión de capital privado donde más le reporte beneficios y con mayores
garantías ha determinado el nuevo orden económico. El capital globalizado tiene
una doble característica particular: es privado y es apátrida. Es invertido
dondequiera en el planeta que existan las mayores posibilidades de los mejores
beneficios: más grandes, más rápidos, más seguros. Se ha requerido de los
estados que la inversión de capital tenga plena seguridad que no vaya a ser
expropiado. El expediente ha sido sencillo: cualquier país, usualmente
subdesarrollado y avasallado por el gran capital, que se atreva a semejante
aventura es castigada por los países poderosos, incluso marginándolo del
sistema internacional.
Si para Marx y su época el fenómeno económico más
perceptible fue la concentración del capital, para nosotros el principal
fenómeno económico en la actualidad es además la gigantesca acumulación del
capital. Nunca antes en la historia ha habido mayor acumulación de capital ni
tampoco éste se ha tornado mayoritariamente privado. Por otra parte, las
tendencias de concentración del capital se han intensificado, acentuando tanto
la diferencia entre ricos y pobres como la distancia entre países desarrollados
y países subdesarrollados. Si la concentración del capital construye grandes y
poderosas empresas, la concentración del capital en el ámbito internacional
construye poderosísimas corporaciones transnacionales y fabulosos imperios
económicos, contra las cuales el poder popular queda inerme. A finales del
siglo XX, el 47% de la riqueza mundial pertenecía a sólo 250 individuos.
En resumen, una economía globalizada supone una gran
acumulación y privatización del capital, con un alto grado de concentración,
una total garantía para su inversión, grandes recursos naturales que explotar,
una gran masa laboral (se ha inducido a las mujeres abandonar sus labores
domésticas para integrarse al trabajo remunerado), altamente disciplinada,
capacitada y productiva, radicada en los distintos países y que es además
consumista, medios de comunicación expeditos, medios de transporte rápidos y
económicos, y disminución de las barreras proteccionistas.
La apertura económica y la libertad de comercio entre países
generan recíprocamente especializaciones y distinciones económicas entre éstos.
En una primera fase se pueden distinguir los países industrializados de los
puramente proveedores de materias primas. Posteriormente, cuando el capital
privado se puede mover libremente, las distinciones se relacionan con países
que tienen grandes ganancias por la mayor concentración del capital y por la
mano de obra capacitada y especializada, y con países que subsisten del escaso
valor agregado aportado por el trabajo no calificado y por el trabajo
calificado pero subempleado de sus grandes masas laborales, las que, además, en
una buena proporción, se mantiene desempleada como una condición de para
abaratar costos del trabajo.
Mientras los recursos humanos y naturales entran dentro del
inventario de un país, el capital y la tecnología trascienden sus fronteras
nacionales. Los individuos, poblaciones o naciones que no comprenden o no
comparten valores tales como el individualismo, el exitismo, la competencia, el
afán de lucro, el consumismo, el egoísmo, propios del capitalismo, quedan
marginados del sistema y sumidos en la miseria. De este modo, el capitalismo se
ha constituido en una fuerza homogenizadora de las culturas y en la principal
fuerza destructora de la diversidad cultural. Mientras los productos para el
consumo masivo pasan a ser inaccesibles para una creciente masa de
desempleados, se produce derroche en quienes viven de los beneficios del
capital. El mito del “chorreo” es sólo eso: un puro mito.
La hipocresía del modelo neoliberal, que supone que existen
únicamente agentes económicos libres compitiendo entre sí en un mercado libre
que determina la supervivencia de los más aptos, es doble: por una parte, no
toma en cuenta el enorme poder que ejerce el capital en las estructuras política
y económica; por la otra, tampoco toma en cuenta la decisiva interferencia de
los estados poderosos no sólo para imponer por la fuerza policial y militar lo
que conviene a los intereses que controlan estos estados, sino para financiar
el desarrollo de la tecnología que genera productos altamente competitivos. Ya
en 1960, el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower había denunciado el
enorme poder del “complejo industrial militar” de EE.UU.
Adicionalmente, después de la Guerra Fría , el
inmenso establecimiento dedicado al espionaje bélico, consistente en cientos de
satélites espías, miles de funcionarios especialistas en analizar información y
millonarios presupuestos, se ha volcado al espionaje industrial en favor de sus
empresas nacionales. En esta competencia las naciones subdesarrolladas siguen
ingenuamente el juego del modelo neoliberal tal como las agencias
internacionales de crédito dictaminan y que son manejadas por las potencias
económicas según sus propios intereses. Estas naciones solo consiguen proveer la
mano de obra barata y los recursos naturales no renovables, mientras siguen
sumidas en el subdesarrollo, deteriorando su medio ambiente y experimentando
una explosión demográfica que consume cualquier incremento que pudieran generar
sus débiles economías.
Los economistas neoliberales tienden a creer además que con
la globalización de la economía, que ha destruido barreras políticas y ha
acercado la geografía, el mercado libre nacional se ha extendido a todo el
planeta y sirve de lugar de encuentro para toda la humanidad en sus funciones
de vendedores y compradores libres para intercambiar con plena transparencia la
enorme variedad de bienes y servicios que satisfacen las infinitas necesidades
humanas. Ahora, este mundo feliz comprende los miles de millones de seres
humanos que pueden comprar lo que necesitan, siempre que puedan vender lo que
tienen. Lamentablemente, para la mayoría de la humanidad lo que tienen se
cotiza muy bajo.
La inversión de capital sirve en último término para
explotar los recursos naturales y transformarlos en cosas útiles para los seres
humanos. En consecuencia, considerando la insaciabilidad humana y la
acumulación actual de capital, el único límite para el crecimiento económico es
la capacidad de la naturaleza, la que de por sí es finita. Existen recursos ya
agotados y otros en vías de extinción. Llegará probablemente algún día que se
cumpla la profecía de Malthus.
El trabajo
Sin duda, la economía globalizada ha acentuado la desmedrada
posición que el trabajo ha tenido en la economía capitalista y neoliberal. La
relación capital-trabajo en la economía de mercado es absolutamente
desequilibrada, ya que allí se da tanta demanda por capital como oferta de
trabajo. En esta relación, el capital tiene asegurado un beneficio cada vez
mayor, mientras el trabajo es cada vez menos remunerado. Una tasa de cesantía
mayor del 4% garantiza que el trabajador no pueda ser muy exigente, pues,
aunque el sindicalismo proteja un nivel mínimo de salarios, éste puede ser
fácilmente echado de su trabajo y reemplazado por un cesante que anda buscando
salir de su lamentable estado y aceptando cualquier salario. Por su parte, una
retribución muy alta del trabajo es reemplazada por inversión en tecnología que
sustituya el trabajo. En la economía globalizada, el trabajador debe competir
con los trabajadores de todo el mundo, realidad ya completamente lejana al de
la época del Manifiesto comunista
(1848), de Marx y Engel, que llamaba a los trabajadores a unirse.
Pero lo primero que debe destacarse es que el significado de
la globalización de la economía respecto el trabajo se refiere, no a que los
trabajadores tengan la libertad para desplazarse hacia aquellas naciones donde
existan mejores condiciones de trabajo, sino a que, a causa de la disminución
del costo del transporte, los procesos de producción que requieren de mano de
obra se pueden realizar en aquellas regiones del globo donde la mano de obra
sea más capacitada, productiva, disciplinada, organizada y, sobre todo,
económica. Fuera de los turistas y las aves migratorias, lo único que tiene
plena libertad para desplazarse a través del mundo son las mercancías y el
capital. El trabajo permanece anclado a su país, pudiéndose desplazar con
libertad únicamente dentro de las fronteras nacionales.
Aún no existen asociaciones previsionales que sean tan
transnacionales como los bancos ni cuentas previsionales que funcionen como las
bancarias. No hay interés en ello, pues las políticas migratorias se han hecho
cada vez más estrictas y restrictivas por parte de países con mayores
oportunidades y con poblaciones cada vez más consumidoras y exigentes de sus
derechos en relación con las poblaciones de países cada vez más superpobladas y
pobres. Ciertamente, este fenómeno es justamente lo contrario a la afirmación
que Marx hizo en el citado Manifiesto
que “los proletarios no tienen patria”. En realidad es lo único que les queda.
Además, el Estado, siempre que no esté secuestrado por la plutocracia, tiene como
una de sus funciones el velar por los ciudadanos-trabajadores, habiéndosele restado
no obstante la posibilidad de participar activamente en la economía de la
nación.
Dentro del ámbito de un país, en la economía capitalista,
para el trabajo la pura inversión de capital es ambivalente. Por una parte, aquella
produce mayores posibilidades de empleo al aumentar las posibilidades de
explotación de la naturaleza y la obtención de materias primas, desarrollar más
los sectores secundarios y terciarios de la economía, construir
infraestructura, implementar servicios, etc. Pero por la otra, una mayor
inversión, que persigue mayor producción, productividad y disminución de
costos, tiende a reemplazar el trabajo por tecnología al incorporar maquinaria
de última generación, introducir mayor automatización y robotización. En
consecuencia, el valor del trabajo nunca será muy alto ni tampoco se puede
lograr el pleno empleo.
La ambivalencia de la inversión de capital es que aunque, por una parte, abarata los costos de producción, haciendo bajar los precios de los productos, aumentando su accesibilidad, por la otra, tiende a generar desempleo. Ya en 1811, en Nottinghamshire, Inglaterra, los obreros ludditas, movimiento inspirado en un místico, Ned Ludd, destruyeron la maquinaria de una fábrica textil en el inútil intento de que su trabajo no fuera remplazado por maquinaria. Anteriormente, en 1776, Adam Smith reconocía que el desarrollo del maquinismo, además de la división del trabajo, embrutecía a los obreros. Los ludditas recalcaban que la llegada de máquinas significa para los trabajadores la cesantía.
La ambivalencia de la inversión de capital es que aunque, por una parte, abarata los costos de producción, haciendo bajar los precios de los productos, aumentando su accesibilidad, por la otra, tiende a generar desempleo. Ya en 1811, en Nottinghamshire, Inglaterra, los obreros ludditas, movimiento inspirado en un místico, Ned Ludd, destruyeron la maquinaria de una fábrica textil en el inútil intento de que su trabajo no fuera remplazado por maquinaria. Anteriormente, en 1776, Adam Smith reconocía que el desarrollo del maquinismo, además de la división del trabajo, embrutecía a los obreros. Los ludditas recalcaban que la llegada de máquinas significa para los trabajadores la cesantía.
Así, el reemplazo de capital en su forma tecnológica por
trabajo genera disminución de la participación del trabajo en la producción e
incrementa la masa desempleada o subempleada, la que se mantiene total o
parcialmente fuera del mercado. En degradadas regiones del globo el consumidor
pasa a ser miembro de una especie en extinción, mientras la brecha ricos-pobres
aumenta aceleradamente. La mejor opción para el trabajo es su capacitación para
las nuevas tecnologías y actividades económicas que van apareciendo. El costo
de esta capacitación es asumido crecientemente por el Estado. El problema se
acentúa en una economía globalizada. Mientras las mercancías y productos en
cualquier fase de su producción pueden ser fácilmente transportados a cualquier
punto de la Tierra ,
los trabajadores permanecen por lo general atados a su lugar. El trabajador
debe competir por el puesto de trabajo no sólo con su con-nacional, sino que con
los trabajadores del mundo.
El papel de los sindicatos llega a ser irrelevante cuando,
para no quedar cesantes, los trabajadores deben competir con sus pares de todo el
mundo. Esta nueva característica obliga a los sindicatos locales, ya no sólo a
presionar al patrón por ventajas, sino a competir internacionalmente con otros
sindicatos para mantener e incrementar lugares de trabajo. Tal es la política
del sindicalismo norteamericano que se opone tanto a la inmigración de
latinoamericanos como a convenios internacionales de libre comercio. En una
economía globalizada los sindicatos nacionales ya no pueden presionar por el
establecimiento de las condiciones mínimas de trabajo, lo que constituye otro
triunfo para el capital. Ahora la función de los sindicatos es presionar para
que las inversiones se realicen en función del empleo, aunque manteniendo la
productividad y la competitividad del producto. A lo máximo que pueden aspirar
un sindicato es que el trabajador obtenga un beneficio por su mayor
productividad.
Las crisis económicas de la época anterior a la globalización
se debían principalmente a que una mayor productividad no tenía como
contrapartida un incremento de la demanda agregada, con lo que se producía una
sobre oferta de bienes y servicios. Con la globalización, no se hace necesario
el aumento de las remuneraciones del trabajo ante una mayor productividad,
siempre que exista demanda para estos bienes en cualquier otra parte del globo.
El Estado
Sin probablemente exagerar mucho, el efecto político más
importante de la globalización de la economía ha sido debilitar el sistema
republicano que había sido forjado por las revoluciones norteamericana y
francesa durante el siglo XVIII. Este debilitamiento ha sido proporcional al
poder que ha asumido el capital privado, que se ha hecho paradójicamente cada
vez más independiente del control estatal en la medida que las otrora poderosas
empresas estatales son privatizadas. Simultáneamente, el neoliberalismo está forzando
al Estado a comprender que el control económico lo detentan las voluntades de
incontables propietarios de capital en el mundo entero que andan tras la
búsqueda de las mejores oportunidades de inversión. Anteriormente, persiguiendo
la autonomía, el poder y el prestigio nacional, el Estado había propulsado el
desarrollo nacional cimentado en el desarrollo económico que la
industrialización había hecho posible. Precisamente, este desarrollo había sido
la justificación de estados poderosos y del uso de drásticas ingenierías
políticas que en muchas naciones habían llevado al totalitarismo más completo
tras la Revolución
bolchevique, en 1918, el fascismo en Italia, en 1922, y el nazismo en Alemania tras
el ascenso de Adolfo Hitler al poder, en 1933.
Con la globalización de la economía el Estado ha sufrido
importantes transformaciones. Su papel económico, que buscaba anteriormente el
prestigio y la supremacía nacionales, se ha reducido a solo posibilitar el
máximo empleo y a mostrar una cara ordenada y proactiva al inversionista. Ya no
es un agente económicamente activo del desarrollo nacional, sino que apelando a
un cierto principio de subsidiariedad (“lo que la parte puede hacer, la parte
debe hacerlo”), el neoliberalismo lo ha limitado a posibilitar las condiciones
jurídicas y de infraestructura material para facilitar el desarrollo del libre
mercado, la libre empresa, la apertura económica y, por sobre todo, la
inversión de un capital escurridizo, pero vital factor de desarrollo económico.
El énfasis fue puesto en la libre empresa y el libre mercado, en contraposición a una economía controlada por el Estado a través de estancos, concesiones monopólicas, empresas estatales, control de precios y planificación centralizada. El liberalismo económico tuvo más fuerza que el nacionalismo centrado en el poder estatal y el estatismo. Naturalmente, quienes poseen el capital dominan la política. Ahora, el manejo del Estado es cada vez más prerrogativa de los capitalistas, quienes controlan además los medios de comunicación de masas e imparten su ideología liberal-burguesa, influyendo profundamente en los valores (exitismo e individualismo) y hábitos de consumo (consumismo) de las gentes en todo el mundo.
El capital no sólo se ha hecho cada vez más independiente
del control estatal, sino que le impone condiciones. El hecho de que el capital
haya adquirido un carácter cada vez más internacional, permitiéndole ser
invertido en cualquier punto del planeta según el mayor beneficio buscado por
quien es su poseedor, constituye una verdadera extorsión a los distintos
países. Cada gobierno se ve forzado a crear las condiciones estructurales
necesarias como requisito para atraer capital para desarrollar su propia
economía. A cambio de invertir en un lugar, lo que permite indudablemente
propulsar el empleo, el desarrollo económico y, consecuentemente, la paz y el
orden social nacionales, los capitalistas exigen del Estado protección de la
propiedad privada, disciplina y capacitación laboral, burocracia eficiente,
infraestructuras vial, portuaria, comunicacional y energética, y políticas
tributarias y arancelarias convenientes y estables. Las teorías conspirativas,
tan en boga, parecieran que fueran financiadas por los capitalistas para lanzar
cortinas de humo sobre la verdadera causa del problema principal del mundo.
El gobierno de un país emergente hará todo lo imposible por
atraer el capital, pues comprende que su inversión genera trabajo. El círculo
de oro es el siguiente: el nivel de empleo es directamente proporcional a la
estabilidad (un país estable es más atractivo a la inversión de capital) socio-política una mayor inversión permite más empleo. El
país que se sale del círculo queda fuera del sistema y cae en el caos y la anarquía.
Si una nación subdesarrollada no realiza el esfuerzo requerido para ingresar a
la economía globalizada, simplemente queda al margen del circuito económico y
muy limitada para solucionar sus diversos problemas. Lo irónico del caso es que
aunque un Estado haga todo lo que el manual editado por el FMI y el BM indique
para atraer capital, el capital no invertirá necesariamente allí. Ocurre que
ambas agencias financieras no persiguen el interés de los países que contratan
créditos, sino que obedecen a los intereses de los gobiernos hegemónicos
ligados a los capitalistas metropolitanos.
Esta actitud es un pálido reflejo de las aspiraciones
nacionalistas, pregonadas hasta hace apenas un par de décadas atrás, de los
países subdesarrollados para implementar una economía nacional moderna bajo la
dirección estatal. Ahora, por el provecho aportado por el capital, éstos están
dispuestos a que las materias primas se agoten, se contamine su medio ambiente,
se destruyan sus características culturales, se atropelle la dignidad de las
personas, se controle su estructura económica, se pierdan libertades civiles.
Cualquier cosa es válida con tal de asegurar el empleo suficiente que
posibilite la paz social y el orden político, mientras el capital obtiene
beneficios garantizados.
La alternativa a no mantener esta disposición favorable a la
inversión del capital transnacional es quedar fuera de sus rutas y permanecer
en el subdesarrollo, con altas tasas de desempleo y bajo ingreso per capita,
pues si un país no es obsecuente a tales exigencias, garantizando la
recuperación total de la inversión y del beneficio, el capital simplemente
invierte en otro lugar que le sea más favorable. El único beneficio real que un
país ávido de capital espera actualmente de la inversión es que provea
suficiente trabajo para que sus habitantes puedan tener una mejor calidad de
vida. La razón es muy simple para que un país haga lo posible por pertenecer al
sistema económico mundial: sólo los productos que pertenecen a este sistema son
comerciables; el resto de los productos no ingresan a un mercado controlado por
dicho sistema. La
Organización Mundial del Comercio (OMC) y las legislaciones
de los países que pertenecen al sistema hacen imposible el comercio de
productos de países que no le pertenecen.
Una disyuntiva que tiene en la actualidad un gobierno, cuyo
papel se ha reducido a prácticamente fomentar el empleo, es o bien asegurar
todo tipo de derechos y beneficios al trabajo, como proponía una política de
corte socialista, o bien procurar aumentar indirectamente el empleo y mejorar
sus condiciones a través de fomentar e incentivar las inversiones de capital.
La primera posibilidad es propia de una situación donde la inversión del
capital acumulado –privado o estatal– no tendría alternativas de inversión
fuera del país. Pero esta primera situación es actualmente irreal. En el mundo
de economía globalizada garantizar o promover derechos laborales más allá de la
mínima equidad conduce el suicidio, pues los capitales emigran adonde se den
las mejores oportunidades para explotar el trabajo. En cambio, en la segunda
situación el objetivo de gobierno es generar el mayor número de empleo y su
mejor calidad a través de incentivar la inversión, estando entonces el acento
puesto en la defensa de los derechos y beneficios del capital.
Se podría suponer que la globalización de la economía
tendría el beneficio parcial de terminar con la maquinaria militar estatal, la
que ha estado tradicionalmente ligada a los intereses económicos de los
poseedores de capital, pues si el capital puede ser invertido en cualquier
lugar de la Tierra
en tanto produzca beneficios a su dueño, siendo por tanto sus dueños
eventualmente ciudadanos de cualquier nación, entonces el aparato militar no
tendría sentido. Sin embargo, el capital en sí estaría protegido por las
fuerzas militares nacionales en razón de la seguridad que debe otorgar un
Estado a la inversión y al sistema financiero. En consecuencia, igualmente el
Estado debe contar con fuerzas armadas, ahora no solo para proteger el capital
contra una amenaza externa, también para proteger la inversión contra la
amenaza interna.
Ya los países se están cuidando de no tener conflictos entre
ellos, considerando que no tienen nada que ganar de una guerra, y están
arreglando los problemas bilaterales que podrían dar motivo a conflictos
bélicos. Pero cualquier conflicto interno que se generara produciría una
paralización de la inversión y un término del desarrollo y crecimiento
económico de dicha nación. Más que las fuerzas militares, el capital estaría
promoviendo indirectamente su acción policial para las buenas relaciones intranacionales,
sin descuidar las internacionales.
Sin embargo, en virtud del aumento de la miseria que la
economía globalizada genera en los países subdesarrollados, y de bolsones de
marginados dentro de un país, las reivindicaciones económicas se manifiestan a
escala global según las identidades culturales y nacionalismos, y se expresan
más bien en la forma de terrorismo internacional. De este modo, la función de
las fuerzas armadas de los países que pertenecen al sistema de la economía
globalizada es asumir una especie de papel de policía internacional, mientras
que las fuerzas armadas de los países en desventaja económica asumirían también
la función policíaca, pero para mantener su propio orden interno, el que se ve
violentado a causa del mayor desempleo y por el excesivo deterioro de su propio
medio ambiente debido a su superexplotación por parte del capital.
Por último, es necesario señalar que la vulnerabilidad de
las economías nacionales –y, por consiguiente, de la economía familiar– ha
aumentado enormemente, pues están dependientes de lo que pueda ocurrir en
cualquier otro lugar del globo. El hecho de que sólo los productos que tienen
ventajas comparativas son competitivos posibilita que sólo éstos puedan ser
producidos y comercializados en el mercado global por una nación, mientras que
la nación deba importar la gran mayoría que conforma el resto de los productos
que su población consume habitualmente. En la medida que el comercio
internacional crece, una recesión mundial, aunque sea suave, hace disminuir la
propia producción, limitando las posibilidades de importar el resto de los
productos habituales de consumo.
La empresa
La globalización de la economía trata esencialmente de
capitales y mercados. En el caso de los mercados, como es lógico, se ha
globalizado también la competencia. De este modo, si un productor logra vender
su producto a su vecino, quien está expuesto a toda la gama de productos similares
provenientes de todo el mundo, significa que también lo podrá vender en
cualquier otro lugar del mundo.
Todo productor puede acceder al mercado global, que es el
único que existe realmente en la actualidad. Sin embargo, el reverso de la
medalla es que también allí concurren todos los productores del mundo, siendo
la subsistencia en un medio tan extraordinariamente competitivo materia de
poseer una decisiva ventaja comparativa. Tal como en la economía de una nación,
cuyos agentes económicos libres buscan soslayar la libre competencia según la
oferta y la demanda para obtener ventajas sobre los demás, es ilusorio suponer
que el mercado global sea tan abierto y libre que admita a cualquiera que
quiera allí vender. La libre competencia pertenece a los más competitivos,
aquellos que tienen manifiestas ventajas comparativas.
El estar vigente en el mercado demuestra que se es
competitivo. El obtener mayores utilidades significa que se es muy competitivo.
La competitividad la confiere alguna ventaja comparativa. En un mundo
globalizado, donde ni las distancias ni los aranceles (que son bajos) tienen
una influencia decisiva, una ventaja comparativa, suponiendo similares costos
de trabajo, gestión empresarial, tecnología, intereses del capital, etc., es
algún factor físico, como un territorio con buenos accesos a los mercados y a
las materias primas, una superficie de cultivo con buen suelo, clima y agua,
etc., o, lo que tal vez es significativamente más decisivo, alguna innovación
tecnológica protegida por derechos de exclusividad para su explotación.
Este nuevo orden económico mundial se caracteriza por
algunas condiciones particulares. Así, un producto que es competitivo en algún
lugar del mundo lo es para todo el globo, pues ya no está virtualmente aislado
por la barrera geográfica ni está protegido por la arancelaria. Un producto
competitivo es el fruto de una empresa que por este hecho está vigente en el
mercado. Para esta empresa, es indiferente quien sea su dueño, pudiendo ser su
propietario el mismo Estado. Su propiedad suele cambiar de manos de la misma
manera como las personas que laboran en ella ingresan y salen. Incluso, para
permanecer vigente la tecnología que emplea debe ser actualizada continuamente,
desplazando a la que va quedando obsoleta. Su emplazamiento geográfico va
dependiendo de los países más convenientes en cuanto costo y calificación de
mano de obra, políticas tributaria y arancelaria, etc. Así, pues, pareciera que
lo único estable de una empresa es la marca, la que en función de su permanencia
en el mercado se debe hacer el esfuerzo para garantizar la calidad del producto
que ofrece, y la empresa se cuidará mucho para mantener la marca muy
prestigiada, ofreciendo en consecuencia productos de la calidad que espera el
consumidor.
El efecto de la competencia globalizada ha traído tanto
beneficios como problemas a la empresa. Es claro que el provecho más importante
para ella es la posibilidad de acceder a enormes mercados, los que se han
abierto gracias a la economía globalizada. Sin embargo, el negro reverso de la
moneda es que la empresa debe competir con múltiples empresas, las que son
también tan ágiles, desarrolladas y eficientes como se puede ser. En una
economía globalizada, es demasiado fácil para una empresa perder competitividad
y estar obligada a cerrar sus puertas.
Para atraer el capital necesario que le permita, no tanto
sólo subsistir, como crecer y desarrollarse, la empresa debe probar que hace
buen negocio y obtiene buenas utilidades. Un buen negocio significa, no sólo
realizar una buena gestión, lo que se da por descontado, sino tener ventajas
comparativas. Una empresa que no crece ni se actualiza es eliminada por la
competencia. Recíprocamente, la tendencia de toda empresa es eliminar la
competencia no sólo para mejorar sus utilidades, sino que sólo para poder
subsistir. En cualquier ecosistema cada nicho biológico termina por ser ocupado
por una sola especie, la que por la competencia llega a desbancar a las
especies menos dotadas. Lo mismo ocurre entre las empresas cuando la subsistencia
depende de la competencia. La forma de eliminar la competencia es creciendo
tanto como para ocupar por sí sola el nicho particular.
Para mantener la competitividad, se requiere un esfuerzo
permanente de desarrollo tecnológico, lo que obliga a una permanente
reinversión de una importante proporción de las utilidades. Para mantenerse
competitiva toda empresa exitosa necesita gastar, invirtiendo en la última
tecnología y principalmente desarrollando nueva tecnología. Como contrapartida,
la empresa exitosa es la que tiende a ofrecer menos empleo, mientras produce
más bienes más económicos para el consumo masivo.
La competencia entre las empresas por mantenerse vigentes y
dominar el mercado termina no tanto en la destrucción de las empresas menos
competitivas, sino en la absorción de estas empresas por las empresas más
dominantes o simplemente uniones para formar entes corporativos cada vez
mayores y controlar nichos de mercados afines. No sólo se consigue desbancar la
competencia y controlar el mercado, también se logra disminuir los gastos. Las
empresas se consolidan en grandes corporaciones y éstas se hacen
transnacionales. Toda empresa busca ser monopólica en su propio nicho
económico. La competencia tiende al monopolio, con lo que el libre mercado se
va limitando para llegar a constituir un ideal imposible de concretar de la
historia de la economía liberal. La búsqueda natural de toda empresa a ser
monopólica, eliminando la competencia, termina en gigantescos consorcios que
dominan mercados y precios.
La tendencia de una empresa nacional exitosa es hacerse
transnacional cuando a causa de sus propias ventajas ella encuentra buenas
oportunidades fuera de las fronteras. Además, su línea de producción aprovecha
las ventajas comparativas geográficas. Instala sus faenas extractivas donde
existan mayores y más económicos recursos naturales, sus procesadoras y
maquiladoras donde el trabajo esté bien organizado y sea barato, sus talleres
de diseño y desarrollo tecnológico donde exista la mejor capacidad de
ingeniería, sus distribuidoras donde el mercado sea grande. Se podría suponer
que las condiciones estructurales de las distintas naciones tenderían a
homogeneizarse y a adoptar los estándares que posibilitan la operación de
dichas empresas. Pero estas empresas sólo llegan a ampliar la brecha entre
naciones ricas y pobres al intensificar el modo de explotación de recursos
naturales y mano de obra barata de los países subdesarrollados.
Si el camino más expedito que tiene una empresa para
mantenerse competitiva o ganar aún más en competividad es invirtiendo en
tecnología de punta, ya sea conocida o innovativa, el resultado neto es el
remplazo del trabajo por la nueva inversión, pues éste puede ser muy incidente
en el costo final. En consecuencia, uno de los problemas que enfrenta la
globalización de la economía es que, frente a su creciente capacidad de
producción, el poder consumidor va disminuyendo al aumentar el desempleo y disminuir
la remuneración neta.
Los privilegios de
una nación
Sucede que los países del mundo están divididos entre países
ricos industrializados y países pobres abastecedores de materias primas. Tal
vez una economía globalizada podría funcionar con cierta equidad si hubiera una
cierta igualdad entre los países. Por el contrario, como en el juego del
“monopolio”, tal vez ocurra que algún país termine acaparando el capital de
todos, pero tal situación no puede pasar, pues el capital es privado y apátrida.
Difícilmente se hubiera desarrollado un tipo de economía como el mencionado
juego, a pesar del pensamiento económico de la segunda mitad del siglo XIX,
forjado por el colonialismo de las potencias europeas. Probablemente, este
pensamiento fue el que estuvo detrás de la política internacional de EE. UU del
siglo XX. De este modo, lo más probable es que la globalización de la economía
haya sido el fruto del poder y del deseo de dominio de una sola nación, los
Estados Unidos de Norteamérica, y más precisamente de su oligarquía
capitalista. Como consecuencia de ello, la economía globalizada converge toda
hacia un centro geográfico: EE. UU. En esta convergencia existen países muy
cercanos a dicho centro, confundiéndose en una amalgama de intereses. Éstos son
los más desarrollados, mientras existen otros países tan lejanos en desarrollo que
parecen estar totalmente marginados, viviendo virtualmente en la edad de
piedra, y que son los más pobres del mundo. En la actualidad, la única
referencia de la globalización es el monopolio señalado. Veremos, entonces, qué
hace que EE.UU. sea tan privilegiado como para ocupar el centro de la
globalización de la economía.
El relato de los privilegios de una nación hubiera podido
empezar en una fecha muy anterior, como cuando nació el capitalismo
estadounidense entre los siglos XVII y XIX, época en que los navíos de su
marina mercante partían de Nueva Inglaterra con un cargamento de ron para
trocar por esclavos en la costa occidental africana, y con ese nuevo cargamento
se dirigían a las Antillas para intercambiar estos esclavos por melaza;
terminaban el periplo triangular nuevamente en Nueva Inglaterra, donde las
numerosas destilerías transformaban la melaza importada en una nueva partida de
ron. Pero una fecha más significativa es 1944, cuando se realizó la famosa
conferencia de Bretton Woods. Allí, los Aliados que combatían a nazis y
japoneses durante la
Segunda Guerra Mundial establecieron el modelo económico que
funcionaría después de la guerra. Además de fundar el BM y el FMI bajo el alero
estadounidense, se decidió que tanto el dólar norteamericano como la libra
esterlina servirían de moneda internacional, siempre que tuvieran respaldo oro.
Sólo EE.UU. pudo cumplir con tal requisito, pues había salido enriquecido de la
guerra, mientras el Reino Unido se había empobrecido. Desde entonces, el dólar
ha servido de divisa y de moneda de reserva en todos los países.
Mientras el dólar tuviera respaldo de oro, cumplía con los
principios económicos establecidos en la mencionada conferencia. Sin embargo,
el fortalecimiento de las economías europeas y de Japón comenzaron a presionar
tanto sobre el oro de Fort Knox que éste comenzó a disminuir desde 19 millardos
a 13 millardos, y en 1962, el gobierno del presidente Kennedy se vio obligado a
decretar que ya no se lo podía vender más oro so pena de quedar con las arcas
vacías. Una decena de años después, en 1971, el gobierno del presidente Nixon,
al tiempo que el comercio mundial seguía creciendo, suspendió unilateralmente
su convertibilidad en oro, transformándose desde ese momento en un papel
rectangular de color verde que nominalmente fue aceptado en las transacciones
comerciales gracias únicamente a la confianza que otorgaba la fortaleza de la
economía estadounidense. Lo que había sido una práctica tácita fue
oficializada. De ahí en adelante las naciones deberían confiar en la
estabilidad económica de los EE. UU., a pesar de que esta nación no había hecho
esfuerzo alguno por elevar sus reservas de oro para respaldar el circulante
existente.
La realidad es que mientras todos los países del mundo
mantienen el dólar en sus reservas para respaldar sus propias monedas y lo
utilizan en sus transacciones comerciales internacionales, en la suposición de
que su valor será respetado por EE. UU., en el fondo éste es sólo papel. Pero
ocurre que por cada dólar papel circulando en el mundo y que ha salido de las
fronteras de los EE. UU., este país hace usufructo con un bien muy real por ese
mismo valor nominal que necesariamente ha debido ingresar a cambio. En la
actualidad un billete de cien dólares puede adquirir 1 barril de petróleo, 100 kg de frutas de primera
ó 40 lbs
de cobre fino, a cambio del par de centavos que costó su impresión. Con este
expediente el resto del mundo financia no solo el envidiable sistema de vida
norteamericano, sino que su agresiva política exterior. Ciertamente, esta
desigual relación monetaria resulta ser más favorable para este país que
cualquier crédito de ayuda externa que llegara a conceder, pues no paga
intereses, ni desvalorización de la moneda por su propia devaluación, ni
tampoco la usual pérdida física por desgaste o destrucción del papel. Además,
con el creciente crecimiento de la economía mundial, los EE.UU. colocan cada
vez más papel dólar en el mercado internacional, al tiempo que se beneficia de
los bienes que importa por el valor nominal de esos billetes.
A pesar del gigantesco gasto en armamentos, guerras y
programas espaciales, la acumulación de capital en EE.UU. se incrementa. En
realidad, el gobierno norteamericano, que no tiene nada de liberal, en cuanto a
que no deja a cada empresa librada a su propia suerte, financia el desarrollo
de sus programas espaciales y de armamentos no sólo para mantener el poder y el
prestigio, sino que para desarrollar alta tecnología. Este dinero financia el
desarrollo tecnológico de sus empresas privadas nacionales para producir
avanzados aparatos, ingenios y armamentos que demandan sofisticados y novedosos
materiales, químicos, procesos y complejos sistemas de comunicación,
computación e informática.
Las empresas estadounidenses no sólo no gastan su propio
capital en este tipo de desarrollo, el que es pagado directamente por el Tesoro
de la nación, sino que a través de las innovaciones tecnológicas que van
surgiendo, se benefician al mantenerse extraordinariamente competitivas y
vigentes en el mercado globalizado, mientras desbancan las empresas de otras
naciones. Cada innovación tecnológica no sólo es debidamente registrada y
patentada por la empresa adjudicataria, sino que es celosamente ocultada fuera
de miradas curiosas. Más que cualquier otro factor, el know-how exclusivo es lo
que permite a una empresa ser competitiva. Cuando el desarrollo de estas
tecnologías llega a permitir la producción de bienes a precios que pueden ser
adquiridos por civiles, las empresas que poseen dichas tecnologías se erigen en
punteros monopólicos en los nichos de mercado correspondientes. Además, el
establecimiento de inteligencia desarrollado durante la Guerra fría, en especial la NSA , monitorea mediante sus
numerosos satélites espías y sus aparatos detectores la información empresarial
que se genera en el mundo para favorecer a las empresas estadounidenses.
En el libre mercado, ahora globalizado, no sólo se transan
bienes y servicios, sino que también capital y trabajo. Sin embargo, la
relación capital-trabajo es absolutamente desigual: mientras siempre existe
demanda por capital, siempre existe oferta por trabajo. Así, la proporción que
se adjudica el capital siempre será muy superior a la que queda para remunerar
el trabajo, dando como resultado un ingreso injustificadamente superior al que
coloca el capital frente al que coloca el trabajo en cualquier emprendimiento
productivo. Además, el capital invertido en tecnología se emplea justamente
para eliminar trabajo, con lo que la creciente tasa de cesantía ayuda a mantener
los sueldos aún más bajos. También el capital estadounidense se vale de este
mecanismo para seguir acumulándose y acrecentar su poder, pero a escala global.
El capital estadounidense, cada vez más extraordinariamente
poderoso, determina desde su centro más conspicuo de Wall Street tanto el
destino de naciones como la política de Estado. Esta política estuvo tras la Guerra Fría con el
objeto de extender la influencia del capitalismo estadounidense por todo el
mundo. Su meta fue globalizar el modelo neoliberal por todos los medios,
especialmente el militar y la encubierta para intervenir en la libre
determinación de otras naciones. Sólo ciertas políticas de algunos gobiernos
demócratas estadounidenses han mostrado algo de humanidad.
La globalización de la economía no es otra cosa que la
posibilidad de invertir en cualquier parte del mundo con plenas garantías de
que tanto la inversión como sus beneficios podrán ser recuperados íntegramente.
El mundo globalizado no es otra cosa que un puñado que países muy ricos que
hacen estupendos negocios frente a una creciente depauperada mayoría de países
pobres, muchos de las cuales van perdiendo cualquier oportunidad de
supervivencia al hacerse cada vez menos competitivos. Irónicamente, la falta de
trabajo impulsa a millones de latinoamericanos y asiáticos a emigrar a los EE.UU.
y Europa, transformado la composición cultural y étnica de aquellas regiones,
al tiempo que sufren un aumento demográfico importante junto con las tensiones
sociales consecuentes.
La fortaleza, la solidez y la estabilidad de la economía de EE.
UU. atraen como un poderoso imán una importante proporción de los ahorros
duramente obtenidos de todas las naciones, incluidas las más pobres, para ser
invertida en este coloso y aumentar consecuentemente su dominio global.
Instituciones, como las administradoras de fondos mutuos, se encargan
automáticamente de este movimiento de capitales. El desplazamiento de los
capitales hacia esta nación privilegiada contribuye a mantener a estas menos
favorecidas naciones en el subdesarrollo, reforzando la distancia entre los
países ricos y los pobres.
Tres amenazas pueden no obstante terminar con este
privilegio. 1. El enorme endeudamiento, que crece aceleradamente a causa del
despilfarro de sus ciudadanos y las onerosas guerras, que puede terminar con la
confianza del mundo en la economía de EE.UU. 2. La competencia que esta
economía sufre en manos de naciones de economía planificada y masas laborales
muy disciplinadas y productivas. 3. Y ciertamente del agotamiento de recursos
naturales vitales para un crecimiento sostenido que permita el mantenimiento
del modelo económico, como la energía barata y el agua dulce.
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NOTAS:
Todas las referencias se encuentran en Wikipedia.
Este ensayo ha sido extraído del Libro X, El dominio sobre la naturaleza (ref. http://www.dominionatura.blogspot.com/), Capítulo 6 – La economía globalizada.
Este ensayo ha sido extraído del Libro X, El dominio sobre la naturaleza (ref. http://www.dominionatura.blogspot.com/), Capítulo 6 – La economía globalizada.
Continúa en: http://dominionatura7.blogspot.com
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