jueves, 28 de junio de 2012


Patricio Valdés Marín



El orden económico capitalista es ahora global. La globalización de la economía no es otra cosa que la extensión del capitalismo fuera de las fronteras nacionales y su acceso a todo el mundo. Llegó a su plenitud con el término de la Guerra Fría. Con sus enormes recursos políticos, militares y económicos el capitalismo resultó vencedor sobre alternativas socialistas que descansaban sobre economías estatistas y planificadas centralmente. Lo que ganó fue el libre comercio mundial y la posibilidad de que el capital pueda ser invertido en cualquier lugar del planeta con garantías plenas de que no será expropiado. Sin embargo, en este mismo juego una potente economía centralmente planificada se erige como peligroso competidor, amenazando este orden global.


El fenómeno de la globalización


En contra del nacionalismo, uno de los objetivos del capitalismo ha sido establecer un sistema de economía abierta globalizada. A través de su enorme influencia en el poder de los estados de las naciones más desarrolladas, guiadas por los países anglosajones, los capitalistas han manejado la política externa y militar para promover sus intereses y explotar los recursos de las naciones débiles con fabulosas ganancias. La expansión de los negocios a nivel mundial ha posibilitado acceder a mayores recursos y entrar en ingentes mercados. La Guerra Fría, en la segunda mitad del siglo XX, no fue otra cosa que el exitoso proyecto del capitalismo para establecer su hegemonía mundial. Incluso los movimientos obreros de países subdesarrollados que buscaban mejores condiciones laborales dentro del sistema liberal fueron tachados de comunistas y reprimidos, en muchos casos, brutalmente. Se da el caso obvio de que los países más desarrollados tienen entre su población un mayor y más acaudalado número de capitalistas. Los distintos gobiernos estadounidenses, obsecuentes a su poderoso establecimiento industrial y militar, junto con sus aliados europeos y asiáticos, sirvieron de puente de plata para los intereses de las grandes corporaciones para imponerse en todo el mundo.

Algunas condiciones técnicas debieron darse para que la globalización económica pudiera ocurrir. La globalización ha sido posible porque se ha desarrollado una red de información y comunicación planetaria, se ha construido una red bancaria y financiera mundial a través de la cual se pueden realizar transacciones comerciales instantáneas y seguras con cualquier lugar del globo, y se puede transportar cualquier tipo de mercadería entre cualesquier dos puntos del mundo a un costo irrisorio. Lo último fue el resultado de que previa o simultáneamente hubo ciertos desarrollos muy importantes, como el invento de los contenedores, la mecanización de los puertos, los buques de gran tonelaje, los enormes aviones de carga, la expedición en las aduanas y una caída de los aranceles. Ello permitió el comercio de cualquier producto sin importar las distancias, antigua condicionante que enriquecía a los comerciantes que la sabían aprovechar, que hacía que variara tanto la relación oferta-demanda entre un lugar y otro y que posibilitaba los desarrollos económicos nacionales casi autárquicos y sin tanta interferencia externa.

En consecuencia, la manifestación de mayor impacto mundial del capitalismo en su historia ha sido su globalización. El capital privado se ha hecho internacional en el fenómeno denominado globalización de la economía. La inversión de capital privado donde más le reporte beneficios y con mayores garantías ha determinado el nuevo orden económico. El capital globalizado tiene una doble característica particular: es privado y es apátrida. Es invertido dondequiera en el planeta que existan las mayores posibilidades de los mejores beneficios: más grandes, más rápidos, más seguros. Se ha requerido de los estados que la inversión de capital tenga plena seguridad que no vaya a ser expropiado. El expediente ha sido sencillo: cualquier país, usualmente subdesarrollado y avasallado por el gran capital, que se atreva a semejante aventura es castigada por los países poderosos, incluso marginándolo del sistema internacional.

Si para Marx y su época el fenómeno económico más perceptible fue la concentración del capital, para nosotros el principal fenómeno económico en la actualidad es además la gigantesca acumulación del capital. Nunca antes en la historia ha habido mayor acumulación de capital ni tampoco éste se ha tornado mayoritariamente privado. Por otra parte, las tendencias de concentración del capital se han intensificado, acentuando tanto la diferencia entre ricos y pobres como la distancia entre países desarrollados y países subdesarrollados. Si la concentración del capital construye grandes y poderosas empresas, la concentración del capital en el ámbito internacional construye poderosísimas corporaciones transnacionales y fabulosos imperios económicos, contra las cuales el poder popular queda inerme. A finales del siglo XX, el 47% de la riqueza mundial pertenecía a sólo 250 individuos.

En resumen, una economía globalizada supone una gran acumulación y privatización del capital, con un alto grado de concentración, una total garantía para su inversión, grandes recursos naturales que explotar, una gran masa laboral (se ha inducido a las mujeres abandonar sus labores domésticas para integrarse al trabajo remunerado), altamente disciplinada, capacitada y productiva, radicada en los distintos países y que es además consumista, medios de comunicación expeditos, medios de transporte rápidos y económicos, y disminución de las barreras proteccionistas.

La apertura económica y la libertad de comercio entre países generan recíprocamente especializaciones y distinciones económicas entre éstos. En una primera fase se pueden distinguir los países industrializados de los puramente proveedores de materias primas. Posteriormente, cuando el capital privado se puede mover libremente, las distinciones se relacionan con países que tienen grandes ganancias por la mayor concentración del capital y por la mano de obra capacitada y especializada, y con países que subsisten del escaso valor agregado aportado por el trabajo no calificado y por el trabajo calificado pero subempleado de sus grandes masas laborales, las que, además, en una buena proporción, se mantiene desempleada como una condición de para abaratar costos del trabajo.

Mientras los recursos humanos y naturales entran dentro del inventario de un país, el capital y la tecnología trascienden sus fronteras nacionales. Los individuos, poblaciones o naciones que no comprenden o no comparten valores tales como el individualismo, el exitismo, la competencia, el afán de lucro, el consumismo, el egoísmo, propios del capitalismo, quedan marginados del sistema y sumidos en la miseria. De este modo, el capitalismo se ha constituido en una fuerza homogenizadora de las culturas y en la principal fuerza destructora de la diversidad cultural. Mientras los productos para el consumo masivo pasan a ser inaccesibles para una creciente masa de desempleados, se produce derroche en quienes viven de los beneficios del capital. El mito del “chorreo” es sólo eso: un puro mito.

La hipocresía del modelo neoliberal, que supone que existen únicamente agentes económicos libres compitiendo entre sí en un mercado libre que determina la supervivencia de los más aptos, es doble: por una parte, no toma en cuenta el enorme poder que ejerce el capital en las estructuras política y económica; por la otra, tampoco toma en cuenta la decisiva interferencia de los estados poderosos no sólo para imponer por la fuerza policial y militar lo que conviene a los intereses que controlan estos estados, sino para financiar el desarrollo de la tecnología que genera productos altamente competitivos. Ya en 1960, el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower había denunciado el enorme poder del “complejo industrial militar” de EE.UU.

Adicionalmente, después de la Guerra Fría, el inmenso establecimiento dedicado al espionaje bélico, consistente en cientos de satélites espías, miles de funcionarios especialistas en analizar información y millonarios presupuestos, se ha volcado al espionaje industrial en favor de sus empresas nacionales. En esta competencia las naciones subdesarrolladas siguen ingenuamente el juego del modelo neoliberal tal como las agencias internacionales de crédito dictaminan y que son manejadas por las potencias económicas según sus propios intereses. Estas naciones solo consiguen proveer la mano de obra barata y los recursos naturales no renovables, mientras siguen sumidas en el subdesarrollo, deteriorando su medio ambiente y experimentando una explosión demográfica que consume cualquier incremento que pudieran generar sus débiles economías.

Los economistas neoliberales tienden a creer además que con la globalización de la economía, que ha destruido barreras políticas y ha acercado la geografía, el mercado libre nacional se ha extendido a todo el planeta y sirve de lugar de encuentro para toda la humanidad en sus funciones de vendedores y compradores libres para intercambiar con plena transparencia la enorme variedad de bienes y servicios que satisfacen las infinitas necesidades humanas. Ahora, este mundo feliz comprende los miles de millones de seres humanos que pueden comprar lo que necesitan, siempre que puedan vender lo que tienen. Lamentablemente, para la mayoría de la humanidad lo que tienen se cotiza muy bajo.

La inversión de capital sirve en último término para explotar los recursos naturales y transformarlos en cosas útiles para los seres humanos. En consecuencia, considerando la insaciabilidad humana y la acumulación actual de capital, el único límite para el crecimiento económico es la capacidad de la naturaleza, la que de por sí es finita. Existen recursos ya agotados y otros en vías de extinción. Llegará probablemente algún día que se cumpla la profecía de Malthus.


El trabajo


Sin duda, la economía globalizada ha acentuado la desmedrada posición que el trabajo ha tenido en la economía capitalista y neoliberal. La relación capital-trabajo en la economía de mercado es absolutamente desequilibrada, ya que allí se da tanta demanda por capital como oferta de trabajo. En esta relación, el capital tiene asegurado un beneficio cada vez mayor, mientras el trabajo es cada vez menos remunerado. Una tasa de cesantía mayor del 4% garantiza que el trabajador no pueda ser muy exigente, pues, aunque el sindicalismo proteja un nivel mínimo de salarios, éste puede ser fácilmente echado de su trabajo y reemplazado por un cesante que anda buscando salir de su lamentable estado y aceptando cualquier salario. Por su parte, una retribución muy alta del trabajo es reemplazada por inversión en tecnología que sustituya el trabajo. En la economía globalizada, el trabajador debe competir con los trabajadores de todo el mundo, realidad ya completamente lejana al de la época del Manifiesto comunista (1848), de Marx y Engel, que llamaba a los trabajadores a unirse.

Pero lo primero que debe destacarse es que el significado de la globalización de la economía respecto el trabajo se refiere, no a que los trabajadores tengan la libertad para desplazarse hacia aquellas naciones donde existan mejores condiciones de trabajo, sino a que, a causa de la disminución del costo del transporte, los procesos de producción que requieren de mano de obra se pueden realizar en aquellas regiones del globo donde la mano de obra sea más capacitada, productiva, disciplinada, organizada y, sobre todo, económica. Fuera de los turistas y las aves migratorias, lo único que tiene plena libertad para desplazarse a través del mundo son las mercancías y el capital. El trabajo permanece anclado a su país, pudiéndose desplazar con libertad únicamente dentro de las fronteras nacionales. 

Aún no existen asociaciones previsionales que sean tan transnacionales como los bancos ni cuentas previsionales que funcionen como las bancarias. No hay interés en ello, pues las políticas migratorias se han hecho cada vez más estrictas y restrictivas por parte de países con mayores oportunidades y con poblaciones cada vez más consumidoras y exigentes de sus derechos en relación con las poblaciones de países cada vez más superpobladas y pobres. Ciertamente, este fenómeno es justamente lo contrario a la afirmación que Marx hizo en el citado Manifiesto que “los proletarios no tienen patria”. En realidad es lo único que les queda. Además, el Estado, siempre que no esté secuestrado por la plutocracia, tiene como una de sus funciones el velar por los ciudadanos-trabajadores, habiéndosele restado no obstante la posibilidad de participar activamente en la economía de la nación.

Dentro del ámbito de un país, en la economía capitalista, para el trabajo la pura inversión de capital es ambivalente. Por una parte, aquella produce mayores posibilidades de empleo al aumentar las posibilidades de explotación de la naturaleza y la obtención de materias primas, desarrollar más los sectores secundarios y terciarios de la economía, construir infraestructura, implementar servicios, etc. Pero por la otra, una mayor inversión, que persigue mayor producción, productividad y disminución de costos, tiende a reemplazar el trabajo por tecnología al incorporar maquinaria de última generación, introducir mayor automatización y robotización. En consecuencia, el valor del trabajo nunca será muy alto ni tampoco se puede lograr el pleno empleo.

La ambivalencia de la inversión de capital es que aunque, por una parte, abarata los costos de producción, haciendo bajar los precios de los productos, aumentando su accesibilidad, por la otra, tiende a generar desempleo. Ya en 1811, en Nottinghamshire, Inglaterra, los obreros ludditas, movimiento inspirado en un místico, Ned Ludd, destruyeron la maquinaria de una fábrica textil en el inútil intento de que su trabajo no fuera remplazado por maquinaria. Anteriormente, en 1776, Adam Smith reconocía que el desarrollo del maquinismo, además de la división del trabajo, embrutecía a los obreros. Los ludditas recalcaban que la llegada de máquinas significa para los trabajadores la cesantía.

Así, el reemplazo de capital en su forma tecnológica por trabajo genera disminución de la participación del trabajo en la producción e incrementa la masa desempleada o subempleada, la que se mantiene total o parcialmente fuera del mercado. En degradadas regiones del globo el consumidor pasa a ser miembro de una especie en extinción, mientras la brecha ricos-pobres aumenta aceleradamente. La mejor opción para el trabajo es su capacitación para las nuevas tecnologías y actividades económicas que van apareciendo. El costo de esta capacitación es asumido crecientemente por el Estado. El problema se acentúa en una economía globalizada. Mientras las mercancías y productos en cualquier fase de su producción pueden ser fácilmente transportados a cualquier punto de la Tierra, los trabajadores permanecen por lo general atados a su lugar. El trabajador debe competir por el puesto de trabajo no sólo con su con-nacional, sino que con los trabajadores del mundo.

El papel de los sindicatos llega a ser irrelevante cuando, para no quedar cesantes, los trabajadores deben competir con sus pares de todo el mundo. Esta nueva característica obliga a los sindicatos locales, ya no sólo a presionar al patrón por ventajas, sino a competir internacionalmente con otros sindicatos para mantener e incrementar lugares de trabajo. Tal es la política del sindicalismo norteamericano que se opone tanto a la inmigración de latinoamericanos como a convenios internacionales de libre comercio. En una economía globalizada los sindicatos nacionales ya no pueden presionar por el establecimiento de las condiciones mínimas de trabajo, lo que constituye otro triunfo para el capital. Ahora la función de los sindicatos es presionar para que las inversiones se realicen en función del empleo, aunque manteniendo la productividad y la competitividad del producto. A lo máximo que pueden aspirar un sindicato es que el trabajador obtenga un beneficio por su mayor productividad.

Las crisis económicas de la época anterior a la globalización se debían principalmente a que una mayor productividad no tenía como contrapartida un incremento de la demanda agregada, con lo que se producía una sobre oferta de bienes y servicios. Con la globalización, no se hace necesario el aumento de las remuneraciones del trabajo ante una mayor productividad, siempre que exista demanda para estos bienes en cualquier otra parte del globo.


El Estado


Sin probablemente exagerar mucho, el efecto político más importante de la globalización de la economía ha sido debilitar el sistema republicano que había sido forjado por las revoluciones norteamericana y francesa durante el siglo XVIII. Este debilitamiento ha sido proporcional al poder que ha asumido el capital privado, que se ha hecho paradójicamente cada vez más independiente del control estatal en la medida que las otrora poderosas empresas estatales son privatizadas. Simultáneamente, el neoliberalismo está forzando al Estado a comprender que el control económico lo detentan las voluntades de incontables propietarios de capital en el mundo entero que andan tras la búsqueda de las mejores oportunidades de inversión. Anteriormente, persiguiendo la autonomía, el poder y el prestigio nacional, el Estado había propulsado el desarrollo nacional cimentado en el desarrollo económico que la industrialización había hecho posible. Precisamente, este desarrollo había sido la justificación de estados poderosos y del uso de drásticas ingenierías políticas que en muchas naciones habían llevado al totalitarismo más completo tras la Revolución bolchevique, en 1918, el fascismo en Italia, en 1922, y el nazismo en Alemania tras el ascenso de Adolfo Hitler al poder, en 1933.

Con la globalización de la economía el Estado ha sufrido importantes transformaciones. Su papel económico, que buscaba anteriormente el prestigio y la supremacía nacionales, se ha reducido a solo posibilitar el máximo empleo y a mostrar una cara ordenada y proactiva al inversionista. Ya no es un agente económicamente activo del desarrollo nacional, sino que apelando a un cierto principio de subsidiariedad (“lo que la parte puede hacer, la parte debe hacerlo”), el neoliberalismo lo ha limitado a posibilitar las condiciones jurídicas y de infraestructura material para facilitar el desarrollo del libre mercado, la libre empresa, la apertura económica y, por sobre todo, la inversión de un capital escurridizo, pero vital factor de desarrollo económico.

El énfasis fue puesto en la libre empresa y el libre mercado, en contraposición a una economía controlada por el Estado a través de estancos, concesiones monopólicas, empresas estatales, control de precios y planificación centralizada. El liberalismo económico tuvo más fuerza que el nacionalismo centrado en el poder estatal y el estatismo. Naturalmente, quienes poseen el capital dominan la política. Ahora, el manejo del Estado es cada vez más prerrogativa de los capitalistas, quienes controlan además los medios de comunicación de masas e imparten su ideología liberal-burguesa, influyendo profundamente en los valores (exitismo e individualismo) y hábitos de consumo (consumismo) de las gentes en todo el mundo.

El capital no sólo se ha hecho cada vez más independiente del control estatal, sino que le impone condiciones. El hecho de que el capital haya adquirido un carácter cada vez más internacional, permitiéndole ser invertido en cualquier punto del planeta según el mayor beneficio buscado por quien es su poseedor, constituye una verdadera extorsión a los distintos países. Cada gobierno se ve forzado a crear las condiciones estructurales necesarias como requisito para atraer capital para desarrollar su propia economía. A cambio de invertir en un lugar, lo que permite indudablemente propulsar el empleo, el desarrollo económico y, consecuentemente, la paz y el orden social nacionales, los capitalistas exigen del Estado protección de la propiedad privada, disciplina y capacitación laboral, burocracia eficiente, infraestructuras vial, portuaria, comunicacional y energética, y políticas tributarias y arancelarias convenientes y estables. Las teorías conspirativas, tan en boga, parecieran que fueran financiadas por los capitalistas para lanzar cortinas de humo sobre la verdadera causa del problema principal del mundo.

El gobierno de un país emergente hará todo lo imposible por atraer el capital, pues comprende que su inversión genera trabajo. El círculo de oro es el siguiente: el nivel de empleo es directamente proporcional a la estabilidad (un país estable es más atractivo a la inversión de capital) socio-política  una mayor inversión permite más empleo. El país que se sale del círculo queda fuera del sistema y cae en el caos y la anarquía. Si una nación subdesarrollada no realiza el esfuerzo requerido para ingresar a la economía globalizada, simplemente queda al margen del circuito económico y muy limitada para solucionar sus diversos problemas. Lo irónico del caso es que aunque un Estado haga todo lo que el manual editado por el FMI y el BM indique para atraer capital, el capital no invertirá necesariamente allí. Ocurre que ambas agencias financieras no persiguen el interés de los países que contratan créditos, sino que obedecen a los intereses de los gobiernos hegemónicos ligados a los capitalistas metropolitanos.

Esta actitud es un pálido reflejo de las aspiraciones nacionalistas, pregonadas hasta hace apenas un par de décadas atrás, de los países subdesarrollados para implementar una economía nacional moderna bajo la dirección estatal. Ahora, por el provecho aportado por el capital, éstos están dispuestos a que las materias primas se agoten, se contamine su medio ambiente, se destruyan sus características culturales, se atropelle la dignidad de las personas, se controle su estructura económica, se pierdan libertades civiles. Cualquier cosa es válida con tal de asegurar el empleo suficiente que posibilite la paz social y el orden político, mientras el capital obtiene beneficios garantizados.

La alternativa a no mantener esta disposición favorable a la inversión del capital transnacional es quedar fuera de sus rutas y permanecer en el subdesarrollo, con altas tasas de desempleo y bajo ingreso per capita, pues si un país no es obsecuente a tales exigencias, garantizando la recuperación total de la inversión y del beneficio, el capital simplemente invierte en otro lugar que le sea más favorable. El único beneficio real que un país ávido de capital espera actualmente de la inversión es que provea suficiente trabajo para que sus habitantes puedan tener una mejor calidad de vida. La razón es muy simple para que un país haga lo posible por pertenecer al sistema económico mundial: sólo los productos que pertenecen a este sistema son comerciables; el resto de los productos no ingresan a un mercado controlado por dicho sistema. La Organización Mundial del Comercio (OMC) y las legislaciones de los países que pertenecen al sistema hacen imposible el comercio de productos de países que no le pertenecen.

Una disyuntiva que tiene en la actualidad un gobierno, cuyo papel se ha reducido a prácticamente fomentar el empleo, es o bien asegurar todo tipo de derechos y beneficios al trabajo, como proponía una política de corte socialista, o bien procurar aumentar indirectamente el empleo y mejorar sus condiciones a través de fomentar e incentivar las inversiones de capital. La primera posibilidad es propia de una situación donde la inversión del capital acumulado –privado o estatal– no tendría alternativas de inversión fuera del país. Pero esta primera situación es actualmente irreal. En el mundo de economía globalizada garantizar o promover derechos laborales más allá de la mínima equidad conduce el suicidio, pues los capitales emigran adonde se den las mejores oportunidades para explotar el trabajo. En cambio, en la segunda situación el objetivo de gobierno es generar el mayor número de empleo y su mejor calidad a través de incentivar la inversión, estando entonces el acento puesto en la defensa de los derechos y beneficios del capital.

Se podría suponer que la globalización de la economía tendría el beneficio parcial de terminar con la maquinaria militar estatal, la que ha estado tradicionalmente ligada a los intereses económicos de los poseedores de capital, pues si el capital puede ser invertido en cualquier lugar de la Tierra en tanto produzca beneficios a su dueño, siendo por tanto sus dueños eventualmente ciudadanos de cualquier nación, entonces el aparato militar no tendría sentido. Sin embargo, el capital en sí estaría protegido por las fuerzas militares nacionales en razón de la seguridad que debe otorgar un Estado a la inversión y al sistema financiero. En consecuencia, igualmente el Estado debe contar con fuerzas armadas, ahora no solo para proteger el capital contra una amenaza externa, también para proteger la inversión contra la amenaza interna.

Ya los países se están cuidando de no tener conflictos entre ellos, considerando que no tienen nada que ganar de una guerra, y están arreglando los problemas bilaterales que podrían dar motivo a conflictos bélicos. Pero cualquier conflicto interno que se generara produciría una paralización de la inversión y un término del desarrollo y crecimiento económico de dicha nación. Más que las fuerzas militares, el capital estaría promoviendo indirectamente su acción policial para las buenas relaciones intranacionales, sin descuidar las internacionales.

Sin embargo, en virtud del aumento de la miseria que la economía globalizada genera en los países subdesarrollados, y de bolsones de marginados dentro de un país, las reivindicaciones económicas se manifiestan a escala global según las identidades culturales y nacionalismos, y se expresan más bien en la forma de terrorismo internacional. De este modo, la función de las fuerzas armadas de los países que pertenecen al sistema de la economía globalizada es asumir una especie de papel de policía internacional, mientras que las fuerzas armadas de los países en desventaja económica asumirían también la función policíaca, pero para mantener su propio orden interno, el que se ve violentado a causa del mayor desempleo y por el excesivo deterioro de su propio medio ambiente debido a su superexplotación por parte del capital.

Por último, es necesario señalar que la vulnerabilidad de las economías nacionales –y, por consiguiente, de la economía familiar– ha aumentado enormemente, pues están dependientes de lo que pueda ocurrir en cualquier otro lugar del globo. El hecho de que sólo los productos que tienen ventajas comparativas son competitivos posibilita que sólo éstos puedan ser producidos y comercializados en el mercado global por una nación, mientras que la nación deba importar la gran mayoría que conforma el resto de los productos que su población consume habitualmente. En la medida que el comercio internacional crece, una recesión mundial, aunque sea suave, hace disminuir la propia producción, limitando las posibilidades de importar el resto de los productos habituales de consumo.


La empresa


La globalización de la economía trata esencialmente de capitales y mercados. En el caso de los mercados, como es lógico, se ha globalizado también la competencia. De este modo, si un productor logra vender su producto a su vecino, quien está expuesto a toda la gama de productos similares provenientes de todo el mundo, significa que también lo podrá vender en cualquier otro lugar del mundo.

Todo productor puede acceder al mercado global, que es el único que existe realmente en la actualidad. Sin embargo, el reverso de la medalla es que también allí concurren todos los productores del mundo, siendo la subsistencia en un medio tan extraordinariamente competitivo materia de poseer una decisiva ventaja comparativa. Tal como en la economía de una nación, cuyos agentes económicos libres buscan soslayar la libre competencia según la oferta y la demanda para obtener ventajas sobre los demás, es ilusorio suponer que el mercado global sea tan abierto y libre que admita a cualquiera que quiera allí vender. La libre competencia pertenece a los más competitivos, aquellos que tienen manifiestas ventajas comparativas.

El estar vigente en el mercado demuestra que se es competitivo. El obtener mayores utilidades significa que se es muy competitivo. La competitividad la confiere alguna ventaja comparativa. En un mundo globalizado, donde ni las distancias ni los aranceles (que son bajos) tienen una influencia decisiva, una ventaja comparativa, suponiendo similares costos de trabajo, gestión empresarial, tecnología, intereses del capital, etc., es algún factor físico, como un territorio con buenos accesos a los mercados y a las materias primas, una superficie de cultivo con buen suelo, clima y agua, etc., o, lo que tal vez es significativamente más decisivo, alguna innovación tecnológica protegida por derechos de exclusividad para su explotación.

Este nuevo orden económico mundial se caracteriza por algunas condiciones particulares. Así, un producto que es competitivo en algún lugar del mundo lo es para todo el globo, pues ya no está virtualmente aislado por la barrera geográfica ni está protegido por la arancelaria. Un producto competitivo es el fruto de una empresa que por este hecho está vigente en el mercado. Para esta empresa, es indiferente quien sea su dueño, pudiendo ser su propietario el mismo Estado. Su propiedad suele cambiar de manos de la misma manera como las personas que laboran en ella ingresan y salen. Incluso, para permanecer vigente la tecnología que emplea debe ser actualizada continuamente, desplazando a la que va quedando obsoleta. Su emplazamiento geográfico va dependiendo de los países más convenientes en cuanto costo y calificación de mano de obra, políticas tributaria y arancelaria, etc. Así, pues, pareciera que lo único estable de una empresa es la marca, la que en función de su permanencia en el mercado se debe hacer el esfuerzo para garantizar la calidad del producto que ofrece, y la empresa se cuidará mucho para mantener la marca muy prestigiada, ofreciendo en consecuencia productos de la calidad que espera el consumidor.

El efecto de la competencia globalizada ha traído tanto beneficios como problemas a la empresa. Es claro que el provecho más importante para ella es la posibilidad de acceder a enormes mercados, los que se han abierto gracias a la economía globalizada. Sin embargo, el negro reverso de la moneda es que la empresa debe competir con múltiples empresas, las que son también tan ágiles, desarrolladas y eficientes como se puede ser. En una economía globalizada, es demasiado fácil para una empresa perder competitividad y estar obligada a cerrar sus puertas.

Para atraer el capital necesario que le permita, no tanto sólo subsistir, como crecer y desarrollarse, la empresa debe probar que hace buen negocio y obtiene buenas utilidades. Un buen negocio significa, no sólo realizar una buena gestión, lo que se da por descontado, sino tener ventajas comparativas. Una empresa que no crece ni se actualiza es eliminada por la competencia. Recíprocamente, la tendencia de toda empresa es eliminar la competencia no sólo para mejorar sus utilidades, sino que sólo para poder subsistir. En cualquier ecosistema cada nicho biológico termina por ser ocupado por una sola especie, la que por la competencia llega a desbancar a las especies menos dotadas. Lo mismo ocurre entre las empresas cuando la subsistencia depende de la competencia. La forma de eliminar la competencia es creciendo tanto como para ocupar por sí sola el nicho particular.

Para mantener la competitividad, se requiere un esfuerzo permanente de desarrollo tecnológico, lo que obliga a una permanente reinversión de una importante proporción de las utilidades. Para mantenerse competitiva toda empresa exitosa necesita gastar, invirtiendo en la última tecnología y principalmente desarrollando nueva tecnología. Como contrapartida, la empresa exitosa es la que tiende a ofrecer menos empleo, mientras produce más bienes más económicos para el consumo masivo.

La competencia entre las empresas por mantenerse vigentes y dominar el mercado termina no tanto en la destrucción de las empresas menos competitivas, sino en la absorción de estas empresas por las empresas más dominantes o simplemente uniones para formar entes corporativos cada vez mayores y controlar nichos de mercados afines. No sólo se consigue desbancar la competencia y controlar el mercado, también se logra disminuir los gastos. Las empresas se consolidan en grandes corporaciones y éstas se hacen transnacionales. Toda empresa busca ser monopólica en su propio nicho económico. La competencia tiende al monopolio, con lo que el libre mercado se va limitando para llegar a constituir un ideal imposible de concretar de la historia de la economía liberal. La búsqueda natural de toda empresa a ser monopólica, eliminando la competencia, termina en gigantescos consorcios que dominan mercados y precios.

La tendencia de una empresa nacional exitosa es hacerse transnacional cuando a causa de sus propias ventajas ella encuentra buenas oportunidades fuera de las fronteras. Además, su línea de producción aprovecha las ventajas comparativas geográficas. Instala sus faenas extractivas donde existan mayores y más económicos recursos naturales, sus procesadoras y maquiladoras donde el trabajo esté bien organizado y sea barato, sus talleres de diseño y desarrollo tecnológico donde exista la mejor capacidad de ingeniería, sus distribuidoras donde el mercado sea grande. Se podría suponer que las condiciones estructurales de las distintas naciones tenderían a homogeneizarse y a adoptar los estándares que posibilitan la operación de dichas empresas. Pero estas empresas sólo llegan a ampliar la brecha entre naciones ricas y pobres al intensificar el modo de explotación de recursos naturales y mano de obra barata de los países subdesarrollados.

Si el camino más expedito que tiene una empresa para mantenerse competitiva o ganar aún más en competividad es invirtiendo en tecnología de punta, ya sea conocida o innovativa, el resultado neto es el remplazo del trabajo por la nueva inversión, pues éste puede ser muy incidente en el costo final. En consecuencia, uno de los problemas que enfrenta la globalización de la economía es que, frente a su creciente capacidad de producción, el poder consumidor va disminuyendo al aumentar el desempleo y disminuir la remuneración neta.


Los privilegios de una nación


Sucede que los países del mundo están divididos entre países ricos industrializados y países pobres abastecedores de materias primas. Tal vez una economía globalizada podría funcionar con cierta equidad si hubiera una cierta igualdad entre los países. Por el contrario, como en el juego del “monopolio”, tal vez ocurra que algún país termine acaparando el capital de todos, pero tal situación no puede pasar, pues el capital es privado y apátrida. Difícilmente se hubiera desarrollado un tipo de economía como el mencionado juego, a pesar del pensamiento económico de la segunda mitad del siglo XIX, forjado por el colonialismo de las potencias europeas. Probablemente, este pensamiento fue el que estuvo detrás de la política internacional de EE. UU del siglo XX. De este modo, lo más probable es que la globalización de la economía haya sido el fruto del poder y del deseo de dominio de una sola nación, los Estados Unidos de Norteamérica, y más precisamente de su oligarquía capitalista. Como consecuencia de ello, la economía globalizada converge toda hacia un centro geográfico: EE. UU. En esta convergencia existen países muy cercanos a dicho centro, confundiéndose en una amalgama de intereses. Éstos son los más desarrollados, mientras existen otros países tan lejanos en desarrollo que parecen estar totalmente marginados, viviendo virtualmente en la edad de piedra, y que son los más pobres del mundo. En la actualidad, la única referencia de la globalización es el monopolio señalado. Veremos, entonces, qué hace que EE.UU. sea tan privilegiado como para ocupar el centro de la globalización de la economía.

El relato de los privilegios de una nación hubiera podido empezar en una fecha muy anterior, como cuando nació el capitalismo estadounidense entre los siglos XVII y XIX, época en que los navíos de su marina mercante partían de Nueva Inglaterra con un cargamento de ron para trocar por esclavos en la costa occidental africana, y con ese nuevo cargamento se dirigían a las Antillas para intercambiar estos esclavos por melaza; terminaban el periplo triangular nuevamente en Nueva Inglaterra, donde las numerosas destilerías transformaban la melaza importada en una nueva partida de ron. Pero una fecha más significativa es 1944, cuando se realizó la famosa conferencia de Bretton Woods. Allí, los Aliados que combatían a nazis y japoneses durante la Segunda Guerra Mundial establecieron el modelo económico que funcionaría después de la guerra. Además de fundar el BM y el FMI bajo el alero estadounidense, se decidió que tanto el dólar norteamericano como la libra esterlina servirían de moneda internacional, siempre que tuvieran respaldo oro. Sólo EE.UU. pudo cumplir con tal requisito, pues había salido enriquecido de la guerra, mientras el Reino Unido se había empobrecido. Desde entonces, el dólar ha servido de divisa y de moneda de reserva en todos los países.

Mientras el dólar tuviera respaldo de oro, cumplía con los principios económicos establecidos en la mencionada conferencia. Sin embargo, el fortalecimiento de las economías europeas y de Japón comenzaron a presionar tanto sobre el oro de Fort Knox que éste comenzó a disminuir desde 19 millardos a 13 millardos, y en 1962, el gobierno del presidente Kennedy se vio obligado a decretar que ya no se lo podía vender más oro so pena de quedar con las arcas vacías. Una decena de años después, en 1971, el gobierno del presidente Nixon, al tiempo que el comercio mundial seguía creciendo, suspendió unilateralmente su convertibilidad en oro, transformándose desde ese momento en un papel rectangular de color verde que nominalmente fue aceptado en las transacciones comerciales gracias únicamente a la confianza que otorgaba la fortaleza de la economía estadounidense. Lo que había sido una práctica tácita fue oficializada. De ahí en adelante las naciones deberían confiar en la estabilidad económica de los EE. UU., a pesar de que esta nación no había hecho esfuerzo alguno por elevar sus reservas de oro para respaldar el circulante existente.

La realidad es que mientras todos los países del mundo mantienen el dólar en sus reservas para respaldar sus propias monedas y lo utilizan en sus transacciones comerciales internacionales, en la suposición de que su valor será respetado por EE. UU., en el fondo éste es sólo papel. Pero ocurre que por cada dólar papel circulando en el mundo y que ha salido de las fronteras de los EE. UU., este país hace usufructo con un bien muy real por ese mismo valor nominal que necesariamente ha debido ingresar a cambio. En la actualidad un billete de cien dólares puede adquirir 1 barril de petróleo, 100 kg de frutas de primera ó 40 lbs de cobre fino, a cambio del par de centavos que costó su impresión. Con este expediente el resto del mundo financia no solo el envidiable sistema de vida norteamericano, sino que su agresiva política exterior. Ciertamente, esta desigual relación monetaria resulta ser más favorable para este país que cualquier crédito de ayuda externa que llegara a conceder, pues no paga intereses, ni desvalorización de la moneda por su propia devaluación, ni tampoco la usual pérdida física por desgaste o destrucción del papel. Además, con el creciente crecimiento de la economía mundial, los EE.UU. colocan cada vez más papel dólar en el mercado internacional, al tiempo que se beneficia de los bienes que importa por el valor nominal de esos billetes.

A pesar del gigantesco gasto en armamentos, guerras y programas espaciales, la acumulación de capital en EE.UU. se incrementa. En realidad, el gobierno norteamericano, que no tiene nada de liberal, en cuanto a que no deja a cada empresa librada a su propia suerte, financia el desarrollo de sus programas espaciales y de armamentos no sólo para mantener el poder y el prestigio, sino que para desarrollar alta tecnología. Este dinero financia el desarrollo tecnológico de sus empresas privadas nacionales para producir avanzados aparatos, ingenios y armamentos que demandan sofisticados y novedosos materiales, químicos, procesos y complejos sistemas de comunicación, computación e informática.

Las empresas estadounidenses no sólo no gastan su propio capital en este tipo de desarrollo, el que es pagado directamente por el Tesoro de la nación, sino que a través de las innovaciones tecnológicas que van surgiendo, se benefician al mantenerse extraordinariamente competitivas y vigentes en el mercado globalizado, mientras desbancan las empresas de otras naciones. Cada innovación tecnológica no sólo es debidamente registrada y patentada por la empresa adjudicataria, sino que es celosamente ocultada fuera de miradas curiosas. Más que cualquier otro factor, el know-how exclusivo es lo que permite a una empresa ser competitiva. Cuando el desarrollo de estas tecnologías llega a permitir la producción de bienes a precios que pueden ser adquiridos por civiles, las empresas que poseen dichas tecnologías se erigen en punteros monopólicos en los nichos de mercado correspondientes. Además, el establecimiento de inteligencia desarrollado durante la Guerra fría, en especial la NSA, monitorea mediante sus numerosos satélites espías y sus aparatos detectores la información empresarial que se genera en el mundo para favorecer a las empresas estadounidenses.

En el libre mercado, ahora globalizado, no sólo se transan bienes y servicios, sino que también capital y trabajo. Sin embargo, la relación capital-trabajo es absolutamente desigual: mientras siempre existe demanda por capital, siempre existe oferta por trabajo. Así, la proporción que se adjudica el capital siempre será muy superior a la que queda para remunerar el trabajo, dando como resultado un ingreso injustificadamente superior al que coloca el capital frente al que coloca el trabajo en cualquier emprendimiento productivo. Además, el capital invertido en tecnología se emplea justamente para eliminar trabajo, con lo que la creciente tasa de cesantía ayuda a mantener los sueldos aún más bajos. También el capital estadounidense se vale de este mecanismo para seguir acumulándose y acrecentar su poder, pero a escala global.

El capital estadounidense, cada vez más extraordinariamente poderoso, determina desde su centro más conspicuo de Wall Street tanto el destino de naciones como la política de Estado. Esta política estuvo tras la Guerra Fría con el objeto de extender la influencia del capitalismo estadounidense por todo el mundo. Su meta fue globalizar el modelo neoliberal por todos los medios, especialmente el militar y la encubierta para intervenir en la libre determinación de otras naciones. Sólo ciertas políticas de algunos gobiernos demócratas estadounidenses han mostrado algo de humanidad.

La globalización de la economía no es otra cosa que la posibilidad de invertir en cualquier parte del mundo con plenas garantías de que tanto la inversión como sus beneficios podrán ser recuperados íntegramente. El mundo globalizado no es otra cosa que un puñado que países muy ricos que hacen estupendos negocios frente a una creciente depauperada mayoría de países pobres, muchos de las cuales van perdiendo cualquier oportunidad de supervivencia al hacerse cada vez menos competitivos. Irónicamente, la falta de trabajo impulsa a millones de latinoamericanos y asiáticos a emigrar a los EE.UU. y Europa, transformado la composición cultural y étnica de aquellas regiones, al tiempo que sufren un aumento demográfico importante junto con las tensiones sociales consecuentes.

La fortaleza, la solidez y la estabilidad de la economía de EE. UU. atraen como un poderoso imán una importante proporción de los ahorros duramente obtenidos de todas las naciones, incluidas las más pobres, para ser invertida en este coloso y aumentar consecuentemente su dominio global. Instituciones, como las administradoras de fondos mutuos, se encargan automáticamente de este movimiento de capitales. El desplazamiento de los capitales hacia esta nación privilegiada contribuye a mantener a estas menos favorecidas naciones en el subdesarrollo, reforzando la distancia entre los países ricos y los pobres.

Tres amenazas pueden no obstante terminar con este privilegio. 1. El enorme endeudamiento, que crece aceleradamente a causa del despilfarro de sus ciudadanos y las onerosas guerras, que puede terminar con la confianza del mundo en la economía de EE.UU. 2. La competencia que esta economía sufre en manos de naciones de economía planificada y masas laborales muy disciplinadas y productivas. 3. Y ciertamente del agotamiento de recursos naturales vitales para un crecimiento sostenido que permita el mantenimiento del modelo económico, como la energía barata y el agua dulce.



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NOTAS:
Todas las referencias se encuentran en Wikipedia.
Este ensayo ha sido extraído del Libro X, El dominio sobre la naturaleza (ref. http://www.dominionatura.blogspot.com/), Capítulo 6 – La economía globalizada.